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Una antología de la Asociación Prometeo de Poesía

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Poesía de Siempre      Fernando GONZÁLEZ-URÍZAR


Fernando GONZÁLEZ-URÍZAR







La antología Poesía de Siempre se ha preparado con 50 poetas de lengua española contenidos en el libro Poetas del pasado, de Juan Ruiz de Torres, más otros seleccionados, ilustrados y comentados por distintos antólogos cualificados, en varios países.

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BIOGRAFÍA.
Bulnes (Chile), 1922 - Santiago de Chile, 2003. Abogado, arquitecto. Fundador y presidente de honor del Ateneo de Santiago. Vicepresidente de la Asociación Chilena de Escritores. Dramaturgo. Premio Nacional de Teatro (1952). Miembro de la Academia. Chilena. Medalla al Mérito Literario (Municipalidad de Santiago, 1995). Hijo Ilustre de Bulnes y de Chillán. Poemarios: La eternidad esquiva (1957), Las nubes y los años (1960), Los sueños terrestres (1965), Israel, Israel (1970), Los signos del cielo (1971), Nudo ciego (1975), Domingo de pájaros (1977), Al sur de ayer (1978), Tañedor de lluvias (1978), La copa negra (1979, 2002), Sabiduría de la luz (1981), Musgo de soledad (1982), Memoria y deseo (1983), Escritura secreta (1985), Rumia y llanto por Hernán del Solar Aspillaga (1985), Arbol de batallas (1986), Albalá del azul marchito (1987), Zona de silencio (1987), Ruiseñor de la Luna (1988), Viola d'amore (1990), Saber del corazón (1992), Tientos del ser. Antología poética 1957-1994 (1994), Oficio de tinieblas (1994), Poemas selectos (antol. 1997), Anima viva. Poemas teologales (1998), Del amor sin fin (2000), La copa negra (2002), Pasión de los signos (póst. 2003). Premios: Municipal (1957, 1977, 1978, 1979, 1982), Casa de las Américas (1960), Leopoldo Panero (1970), Pedro de Oña (1962), Jerónimo Lagos Lisboa (1966), Academia Chilena (1977).


LA COPA DEL AMOR

Ahora
que el mar se hizo recuerdo,
juntos en el estío de las lágrimas
miramos otra vez el agua sola,
el agua del crepúsculo
caída
sobre los ojos ciegos,
ay, inmóviles
charcas en el vacío de los cielos.
Sopla el viento la luz,
la ciudad es un ramo que titila,
escapan temerosas las arenas,
la copa del amor es alta y triste.
En el estruendo todo se sepulta:
la voz, luego el sollozo
y el adiós que se va con esas olas.


ADEHALA EPILOGAL

¡Adiós! De colofón, esta adehala,
lector que no conozco. Mis estrofas,
para dar frutos óptimos, te piden
renunciar a la mera inteligencia.
Sumirte en la honda noche de los fuegos,
en razón que no sabe de sí misma,
en música ritmada y sin pedal,
en blanco resplandor de cielo raso.
Entero es el cantar que te dedico.
Debes amar la letra y el espíritu.
Hallarás un calvero en ese bosque
sentirás su temblor y calofrío.
Del color de las uvas sale el vino,
con el grado y largura del reposo,
y toma su regosto del tonel
donde diurnas quimeras transparecen.
Para ti su agua ardiente, embriágate,
no salgas del Edén de la memoria,
ten la fruta en sazón, prueba la imagen
y rinde tu inocencia a mi albedrío.
No es precio sino fina añadidura
lo que se agrega al gusto, a la medida.
Nada está por antojo o porque sí,
todo tiene su llave y cerradura.
No quieras entender como un teorema
lo que dice el hondor. Signos de magia
te ayudan a mirar ojos adentro,
color, sello, textura de vilanos,
apariencias del aire cuando llueve,
hallazgos del sonido que conoce,
silencios que preparan sus acordes,
sentido que en relámpagos florece.
Vuelve ahora a leer claros enigmas:
hallarás mis instantes preservados.
Eres hombre y te duelen las heridas:
verás que mis dolores son los tuyos.
Nos vamos tan desnudos al silencio,
nos queda únicamente lo que pasa.
Lo que escribo es del mundo, y para siempre;
lo que das, a la muerte se lo quitas.


COMENTARIOS
Nunca fue González-Urízar esclavo de la modas literarias; antes bien, la lectura de su poesía, que ofrece frescura al lector, clasicismo en el sentido de permanente, la hace digna de ser imitada, como ejemplo de los que "lírico" debería significar. Él mismo nos dice (en su discurso de entrada en la Academia Chilena de la Lengua, en 1978): ""Al incorporarme a esta Academia Chilena, quiero ante todo manifestar gratitud y amor a los que hicieron la lengua que me cupo en suerte hablar. Y digo algunos nombre de mi lujuria: Jorge Manrique, raíz de angustia y consolación; Garcilaso, de pétalo y vertiente cristalina; Góngora, oro y azul heráldico en la nieve; Gustavo Adolfo Bécquer, de niebla, arrullo y luto; Rubén Darío, cisne de llamas; Antonio Machado, patio, fuente, naranja de la luz...". Ha sido con justicia considerado "uno de los grandes líricos del continente,. Domina el oficio con la seguridad del maestro que conoce sus fundamentos y proyecciones; camina por donde sabe y se alimenta, tanto de las fuentes clásicas de la literatura, como en la percepción afinada de su alma" (Delia Domínguez, revista Paula, 381, de 1982). Su registro fue amplísimo, pero siempre lleno de finura y limpieza. Su vida estuvo ejemplarmente dedicada a la poesía. Una poesía de la música, de la palabra que nos devuelve, no sólo lo que su memoria acumuló, el conocimiento racional, sino que "cata desde el fondo de su corazón sin perder la brújula de la inteligencia." (Araneda Bravo, revista Atenea, 394, de 1961). El poeta, hasta su exquisita antología póstuma Pasión de los signos, se mantuvo clásico y moderno, incorporando también el habla coloquial donde el texto lo exigía. /Juan Ruiz de Torres).