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Una antología de la Asociación Prometeo de Poesía

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Poesía de Siempre      Enrique LIHN


Enrique LIHN







La antología Poesía de Siempre se ha preparado con 50 poetas de lengua española contenidos en el libro Poetas del pasado, de Juan Ruiz de Torres, más otros seleccionados, ilustrados y comentados por distintos antólogos cualificados, en varios países.

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BIOGRAFÍA.
Santiago de Chile (Chile), 1929-1988. Ensayista, prosista, dramaturgo, actor, dibujante. Unos cursos en la Escuela de Bellas Artes de dibujo y pintura le despertarían una vocación que nunca le abandonó. Enrique Lihn participó también en proyectos como la revista Cormorán (1969-1971) o el collage Quebrantahuesos (1964), así como.columnista y articulista de opinión en los diarios El Siglo, Las Últimas Noticias y La Época, y las revistas Revista de Arte, Cauce y Apsi. Fue profesor de la Universidad de Chile y dirigió los talleres de poesía de la Universidad Católica. Pese a.ser conocido principalmente por su labor poética, Enrique Lihn también dejó su impronta ácida y escéptica en la crítica, la narrativa y la dramaturgia. Beca de la UNESCO y Guggenheim (1977). Poemarios: Nada se escurre (1949), Poemas de éste y de otro tiempo (1955), La pieza oscura (1963), Poesía de paso (1966), Escrito en Cuba (1969), La musiquilla de las pobres esferas (1969), Algunos poemas (1972), Por fuerza mayor (1975), París situación irregular (1977), A partir de Manhattan (1979), Antología al azar (1981), Estación de los desamparados (1982), Pena de extrañamiento, Al bello amanecer de este lucero (1983), El Paseo Ahumada (1983), Mester de juglaría (1987), Album de toda especie de poemas (póstumo, 1989). Premios: Municipal (1970), Pedro de Oña (1972), Casa de las Américas (1966).


PORQUE ESCRIBÍ

Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.

Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendía la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.

Pero escribí: tuve esa rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entero entre las manos
- ¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria -,.
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces.
De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río;
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.

La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudaran
de mi existencia real
(días de mi escritura, solar del extranjero).
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.

En su origen el río es una veta de agua
- allí, por un momento, siquiera, en esa altura -
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están broncéandose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma
yo pude reiterar la poesía.

Estuve enfermo, sin lugar a dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos psicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.

Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí estoy vivo.


COMENTARIOS
La poesía de Enrique Lihn se construye desde la conciencia del simulacro que caracteriza los procesos semióticos y culturales de la contemporaneidad. La desconfianza en la palabra, perspectiva desde la que tantas veces se ha leído su poesía, es parte de un proceso más amplio de desconfianza en todo modelo comunicativo. Es claro que su poesía puede ser leída en el contexto de crisis de la modernidad. La exploración poética de Lihn es precisamente una exploración en la última frontera del sujeto romántico, la de su disolución, pero como es sabido la negatividad total de los discursos no es posible, en tanto en el acto de negar se actualizan componentes de la matriz refutada.1 Su poesía supone la negación de las posibilidades del discurso lírico, al sustituirlo por modalidades textuales frecuentemente ausentes, como el discurso ensayístico, dramático, periodístico, en un sistema citacional desjerarquizado y heterotópico. El sujeto que opera en sus textos deja en la estacada al poeta romántico, en un proceso que se va acentuando en su propia historia poética, al travestirse bajo diversas máscaras, pero el disfraz no termina de suplantar al disfrazado. Lo que provoca, entonces, es una tensión neurótica entre lo que quiere ser rechazado la poesía tradicional, los proyectos emancipadores, el sujeto unívoco, la originalidad, el amor y su persistencia bajo nuevas formas degradadas, permitiendo que su poesía siga siendo un alegato amoroso, personal, crítico, testimonial, ideológico, lírico. (...) Es Lihn un poeta antilírico que no termina de abandonar el subjetivismo, un poeta antisurrealista que aprovecha sus recursos, un poeta crítico de la poesía social que inserta sus debates en pleno territorio de las contradicciones políticas y sociales" (...). Poesía del lenguaje, pero Lihn no se inclina por el tono menor, ni por la neutralidad, ni por el silencio; al contrario, su escritura es una manera de explicarse y explicarnos su modo de estar en este mundo de signos. Su lucidez crítica, su necesaria desconfianza en los mitos le lleva a un permanente estado de alerta del que no escapa su propia condición de escritor. No suplanta unos mitos por otros. Ni en los momentos más complejos y difíciles recurre a la autocomplacencia y a las aguas tranquilas; su poesía siempre transcurre por lugares borrascosos y cuando el clima parece más benigno se encarga él mismo de provocar las tempestades. (Oscar Galindo, en "Mutaciones disciplinarias en la poesía de Enrique Lihn", Estud. filol.. [online]. 2002, no.37)